Cuando apenas tenía 8 años de edad, el Señor me enseñó una muy importante lección para mi vida futura. Esta fue: no competir con nadie y hacer lo mejor con lo que a mi me tocaba hacer. De esta manera aprendí a competir conmigo misma y a dar lo mejor de mí.
¿Que cómo fue esta lección? Pues muy graciosa. Me había reunido con mi mejor amiga y vecina de entonces, Cita. Alguien de su familia había instalado una hamaca en el patio posterior de la casa. “Vamos a jugar”, sugirió ella. “Vamos a ver quién de las dos llega primero al cielo”.
Una y otra vez cada una de nosotras obligaba a la pobre hamaca a subir lo más posible, mientras nuestras delgadas piernas también se estiraban para llegar lo más alto que se pudiera. Efectivamente, vimos el cielo. El cielo de nuestras respectivas bocas, mientras llorábamos los resultados de la caída tan estrepitosa que sufrimos.
Había sido mi turno. Me abalance pensando para dentro de mi: “esta vez sí voy a ganar”, En realidad había llegado muy alto, mientras veía la cara de mi amiguita frustrada, sabiendo que había perdido. Cuando miré hacia abajo para gritarle mi victoria, perdí el balance, la hamaca se volteo por completo y caí sobre los brazos de mi pobre vecinita, quien a su corta edad no podía sostenerme. Ambas nos estrellamos.
Esto es lo que le sucede a la gente cuando hace las cosas, no para dar lo mejor de sí mismos o para a agradar a Dios o para glorificar su nombre. Tarde o temprano, las personas en la competencia se estrellan, dejando ver sus intenciones, por mejor las hayan disfrazado. La Escritura dice: “Nada hagáis por contienda o vanagloria” (Filipenses 2:3).
Tú, sigue mi consejo, dedícate a crecer como Jesús, en gracia y conocimiento, y haciendo lo mejor con lo que él te ha entregado.
Compitiendo contigo misma(o), te mejoras como ser humano y construyes una mejor sociedad.
Esta enseñanza de esperanza llega a mi vida una y otra vez y estas palabras aquí escritas son como un manantial de agua pura que sacia esa sed de paz ante las emociones intensas de coraje por injusticias, dolor por tradición o sentirse abandonado por otros, Dios está ahí para calmarnos en ese vasto desierto de la desesperanza. Gracias, Gracias, Gracias Pastora, siga y no se detenga que el mundo la necesita.